Inclusión en las Escuelas, un tema complejo y que aún no es conocido por todos. Alcanza profesores/ maestros, alumnos, padres, directores, coordinadores, gerentes, pero no se ha llegado a un consenso. Los educadores en general aún no tienen una idea completa sobre el tema, por varios motivos.
Profesores/maestros, de una forma general, tienen una formación deficiente y permanecen a merced de creencias y valores personales para tratar de un problema social mayor. Si apenas fuesen formadores de opinión, ya sería problemático, pero como gestores de un proceso altamente complejo, trabajando en la línea de frente del mismo, ha llegado el momento de preguntarse si consiguen trabajar diferentes niveles y situaciones de inclusión en la clase. Sabiendo que los “normales” dotados de todos los sentidos (audición, visión, tacto, paladar) y por lo tanto aptos al aprendizaje no son atendidos eficientemente por el sistema educacional, ¡imaginemos niños con deficiencia en uno o más de los sentidos! ¡O con severas dificultades de aprendizaje! Ahora calcule lo que puede suceder cuando todos son colocados en el mismo ambiente (clase).
¿Cómo es posible trabajar inclusión en escuelas abarrotadas de alumnos (30 ó 40 en la misma sala de clase) y sin estructura de atención específica? Carece de fundamentación la colocación de que inclusión es reunir a todo el mundo en el mismo paquete para ver lo que sucederá más adelante. La idea de que los “normales” van a beneficiar a los “no normales” carece de fundamentación tanto como su inversa. No hay beneficio en ninguno de los casos. Lo que en realidad sucede es que los alumnos portadores de deficiencia de cualquier orden son dejados en la clase, esperando que pase el tiempo, cuando precisarían mucho más que esto para poder participar, realmente, de las actividades proyectadas para aquellos alumnos que no son portadores de ninguna de éstas.
Casi todos los profesores/maestros no tienen la menor formación o habilidad para desarrollar un trabajo productivo con esos niños y adolescentes, recibiendo a los alumnos, simplemente, porque no pueden recusarlos. Directores y Coordinadores no colaboran en nada en la orientación de los desorientados profesores/maestros, porque todo se realiza de arriba para abajo, con una imposición que nace de un equívoco burocrático y llega hasta los niños como una aberración institucionalmente aceptada y, por lo tanto, incontestable por aquéllos que están presos a los meandros de la malla administrativa a la cual pertenecen. ¿Y quién paga por este equívoco? Justamente los que más precisarían de acción profesional objetiva para resolver los problemas causados por la deficiencia.
Una segunda onda de perjudicados es la formada por los padres, que piensan y esperan, realmente, que la escuela que acogió a sus hijos, esté, de hecho, trabajando el problema con competencia. Precisan de ayuda incluso para saber cómo conducirse de forma provechosa en casa también, pero ese tipo de información no les es dada – porque sería preciso un profesional especializado para trasmitirla.
¿Quién saca ventaja de esa situación en un ambiente caótico? El Estado, que se eximió de proveer a la sociedad con escuelas específicas para la atención de niños y adolescentes con necesidades especiales. ¡Imaginen la economía para los cofres públicos en detrimento del bienestar de aquellos que precisan de atención especializada!
Personas con deficiencia precisan atención de profesionales con habilitación (formación específica). Para trabajar con portadores de deficiencia auditiva, por ejemplo, es preciso saber LIBRAS (Lenguaje Brasileño de Señales), caso contrario la atención dada será inespecífica y no contribuirá en nada para aquella persona que precisa inserirse en la sociedad – que tiene como convención usar aquel código específico. Y como en ese caso, todos los otros tienen características propias que precisarían de una planificación y metodología específica para darles la debida atención. Por ejemplo, cómo trabajar con portadores de deficiencia visual sin el conocimiento del lenguaje Braille – y del material disponible, altamente específico. ¿Y el entrenamiento de Braille para profesores/maestros? ¿Existe? ¡Claro que no! El problema es más complejo que apenas establecer lo que es o no es políticamente correcto, porque esa postura sin compromiso acaba obligando a las escuelas a recibir niños portadores de deficiencias para no hacer absolutamente nada por ellos.
Otros problemas van sumándose como indagaciones esenciales, por ejemplo, ¿qué metodología utilizar para trabajar con un autista que no establece comunicación social? ¿Estamos, como educadores, haciendo, realmente algo por esos niños?
Los padres, no teniendo alternativas, están felices y hasta tranquilos viendo a su hijo siendo aceptado en un grupo dicho “normal” pero no evalúa qué tipo de trabajo será desarrollado, específicamente, para la deficiencia que el niño o adolescente presenta en relación a los otros alumnos de la clase.
Leyendo en una revista un artículo sobre la integración de los niños en una escuela pública de Niterói (RJ), me sentí tremendamente abatida por entender que esta integración es una “fiesta pedagógica”, nada teniendo de científica y de longitudinal en el trabajo desarrollado. Lógico que niños y adolescentes portadores de deficiencias deben hacer películas, teatro, y otras actividades con los colegas que tienen todos los sentidos y ninguna enfermedad específica que haga con que sean especiales, pero ellos también tienen derecho a recibir atención especializada para que puedan competir de igual para igual con todos los otros dentro de la sociedad. ¿Será qué nadie evalúa que este encuentro es una especie de caridad, dónde los más aptos ceden lugar a los colegas portadores de deficiencias para promover esta integración? ¿Será qué estos jóvenes tienen oportunidades equivalentes? No estoy diciendo iguales. Pero, ¿por lo menos equivalentes?
Hay un temor muy grande de hacer estas afirmaciones, pues parecen discriminatorias, cuando sabemos que es deslealtad no ofrecer a los portadores de deficiencias parámetros para que se desarrollen con sus dificultades, ya que el mundo está organizado para los llamados “normales”. Los niños con necesidades especiales tienen que poder luchar por sus derechos como todos los ciudadanos de la sociedad. Merecen atención adecuada y específica. ¿Ya les fue preguntado a esos niños y adolescentes cómo se sienten junto a un grupo que no tiene sus características? ¿Y a los profesores, que nada saben sobre los casos que reciben aleatoriamente y de arriba para abajo, cómo se sienten sin conseguir desarrollar e estos niños? No, nadie pregunta nada. Hacen las leyes y las publican para su cumplimiento. Parece que una ley tiene el poder de enseñar a los profesores/maestros a trabajar con tanta diversidad. Digamos, que los dichos “normales” ya presentan, del punto de vista del desarrollo cognitivo, varios niveles que deberían ser contemplados con actividades diversificadas. Ahora imaginemos la confusión de aquellos con secuelas psicológicas, deficiencias visuales, auditivas entre otras.
Como educadores y padres, tenemos que luchar para que se creen escuelas especializadas, donde los profesores tendrán la formación específica para cada deficiencia, material pedagógico adecuado y espacio también planificado para los niños y adolescentes especiales. No podemos pensar que ellos pueden ser trabajados juntos, porque no es lo que sucede. Son jóvenes dejados a su propia suerte, por falta de un trabajo realmente serio.
Hacer una película, una pieza de teatro o un trabajo periodístico son juegos importantes pero no determinantes para la educación de esos jóvenes. ¿Cómo están estudiando Biología? ¿Y Matemática? ¿Geografía? ¿Física? Y así van surgiendo las preguntas. Ellos precisan todas las oportunidades que les son ofrecidas a todos los jóvenes en Brasil y en el Mundo. No precisan de “caridad” del Estado, y sí de RESPONSABILIDAD por parte del Estado para que puedan alcanzar todo lo que realmente desean, pueden y merecen en la vida.
Beta
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