Llegó aquella época del año que provoca un estrés tradicional entre padres e hijos: el período de los exámenes. Hay, actualmente, una convención de que existen escuelas “fuertes” y escuelas que no lo son, pero nadie hasta hoy estableció la significación de esta convención. Está en el imaginario pero no tiene consistencia. Para los padres, en general, son las escuelas que buscan que los niños y adolescentes “sepan” varios contenidos a través de la memorización, que serán olvidados más adelante (se cree también que esos contenidos permanecen... lo que es un despropósito). Lo que existe durante el período de realización de los exámenes se pierde, pero nadie consigue medirlo porque en aquel momento existía por la necesidad de pasar en el examen. Si hoy, usted papá, hiciera una de estas pruebas seguramente sería reprobado, aunque haya pasado por el mismo 20 ó 30 años atrás. El hecho es que el contenido no se sustenta, porque la gran mayoría es totalmente desnecesaria.
El gran problema es que, después de haber sido masacrado por preguntas sin sentido, ese adolescente, que “pasa” en los exámenes es expuesto a lo que realmente interesa, o sea, a cursos superiores en los cuales no van bien. El abandono en la enseñanza superior es muy grande, creando un foso entre lo que se convino en llamar de “enseñanza de calidad” (montañas de información sin conexión entre sí) y la enseñanza superior. ¿Cuántas universidades o facultades dedican los primeros dos semestres a enseñar, nuevamente, portugués, matemática, biología y otras materias que deberían haber sido mejor estudiadas en la Enseñanza Fundamental o en los preparatorios? Prácticamente un año del período en que el alumno debería estar lanzándose al entrenamiento esencial para la profesión que escoge, se gasta con un reciclaje de conocimientos que fueron dejados de lado en el ambiente y en el momento adecuado.
Frente a todos estos obstáculos, gran parte de los adolescentes desisten del curso superior, en un momento en que éste es fundamental para su jornada por la vida con posibilidades de éxito. Habrían abandonado la escuela aún en los preparatorios o en la enseñanza Fundamental, se pudiesen, pero son impedidos por la presión de sus padres y tutores, que ven en el modelo vigente una forma de amorosamente contribuir para el su éxito en la vida. ¿Y quién no querría escapar de escuelas terribles, que nada enseñan y privilegian el masacre diario cuando deberían promover la felicidad de aprender?
Y las escuelas conocidas por su fragilidad, ¿cuáles son? En primer lugar, las “alternativas”, que entran en el juego de los padres cuyos hijos tuvieron dificultades en las escuelas “más fuertes”. Normalmente, son escuelas que tienen un programa sin mucha consistencia para atender a la clientela que las busca.
Pero, tenemos que definir cuál es la verdadera alternativa que debería servir para atender las necesidades de la sociedad para el Siglo XXI, pero eso no sucede porque el cliente (los padres) buscan, cuando se trata de escuela, cualquier modelo que haya sido creado en el Siglo XIX, ya que consideran que lo “tradicional” funcionó bien. No hay un punto de referencia de dónde surgió esa creencia ni en lo se basa – varias ilaciones pueden realizarse, es claro – pero el hecho es que el mercado siempre va a ofrecerles lo que lo que es demandado, por este motivo permanece el error que va siendo más grave a medida que el individuo formado tradicionalmente no tiene posibilidades en un mundo completamente diferente en relación a las competencias exigidas.
Nótese que las escuelas modernas son siempre para los pequeñitos, donde los papás se sienten cómodos porque piensan que no hay, en esa edad, ningún contenido para ser trabajado. Pero, a medida que el niño crece, salen los papás a buscar aquella escuela que ofrezca condiciones para preparar a su hijo para los exámenes de admisión a la facultad. Es una decisión amorosa, sin duda, porque qué papá no quiere lo “mejor” para su hijo. La gran pregunta es: ¿qué es lo mejor?
Para poder establecer un estándar de elección más ajustado al mundo en que vivimos, sugiero que los papás verifiquen cuál es la filosofía que orienta la estructura pedagógica de la escuela donde van realizar la matrícula. No se olvide que las primeras etapas del desarrollo, o sea, cuando su hijo es pequeñito, son esenciales para la vida en su totalidad. Es en esa escuela y en esa edad que permanecerá por más tiempo, y va a ser necesario que establezca un acompañamiento riguroso para no tener sorpresas desagradables más adelante. No considere que “sólo es gente” después de una cierta edad. Sería lo mismo que dejar la construcción de un edificio totalmente en las manos de persona no preparadas, para preocuparse después con la decoración. La casa así construida, se caerá.
Por lo tanto, me gustaría concluir diciendo que no existe una escuela fuerte u otra que no los sea. Existen escuelas con programación diferenciada y que presentan los contenidos de otra forma, llevando en consideración la época adecuada en que los niños tienen las estructuras adecuadas para recibirlos, y no con base pura y simplemente en la edad indicada en tablas frías y generalmente ineficientes. Aprender no debe ser sinónimo de “dolor”, sino de “felicidad”. Desarrolle esa capacidad de entender la escuela antes de matricular a su hijo.
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