Cuando dicen que Educación cuesta eso o aquello, que una clase podría ser más barata, que los royalties del petróleo van a ayudar o a estorbar, están usando un esquema de asimilación propio de su área que no tiene ninguna relación con aquello que realmente interfiere en el proceso. Costo es un elemento accesorio y no el principal de la cuestión.
Podemos hacer un presupuesto educacional mucho más austero que aquel que ellos proyectan, que no conocen verdaderamente lo que sucede en una clase. No tenemos la visión del educador, que busca una relación costo x beneficio que no es tema que esos profesionales puedan dimensionar con precisión. Pueden hablar sobre costo, pero sobre beneficio... jamás. Si estamos buscando exactamente la excelencia de la enseñanza quien no sabe lo que eso significa permanece andando en círculos.
Pagar bien a los profesores y entrenarlos exhaustivamente para entender nuevas tecnologías es un elemento clave, pero eso, la mayor parte de las veces, no entra en la ecuación. O si entra, es transversalmente, lo que por sí solo ya es un error, porque la «máquina educacional» no funciona sin el pilotaje de quien está frente al problema.
Por ejemplo, colocar muchas computadoras en las escuelas es mucho menos efectivo para el proceso educacional que crear bibliotecas para que la lectura sea el elemento equilibrador del aprendizaje. Pero eso permanece nebuloso para un Economista. ¿Por qué? Preguntan ellos. Y si no saben eso, todo el cálculo entra en colapso ya en la base.
Precisamos, realmente, de gestores de Educación que sean efectivamente Educadores, para que los mismos puedan decirles a los economistas cuáles son las prioridades. Por ejemplo, informar que los edificios no son determinantes para una buena educación, y que en un país de dimensiones continentales y, por lo tanto con una diversidad climática y cultural tan grande, deberían ser diferenciados para atender a todas las regiones. En el Sur, donde hace frío gran parte del año, precisan ser construidos para atender a esa condición, diferentemente del Nordeste, donde la edificación precisa atender otra característica climática. Y la comunidad precisa participar de ese proceso, porque, mejor que nadie, el habitante local sabrá lo que es necesario hacer para garantizar el confort y la seguridad a sus niños.
Material didáctico es otro asunto que precisa ser mejor estructurado, porque comprar “paquetes educacionales” pasteurizados no resuelve nada. Los materiales pueden ser organizados por nuestros educadores con la participación de la sociedad. Trabajos voluntarios colectivos serían extremadamente útiles para crear elementos que funcionen y tengan costos compatibles con cada región y los profesores serían los elementos clave para eso en todo Brasil.
Para una Educación de calidad, es necesario que existan gestores de calidad, que trabajen con transparencia y ética, para poder cuantificar lo que, realmente, se gasta con Educación. Caso contrario, ni 100% de los royalties del «Pré-Sal» serán suficientes para atender la actividad fin y la saña de aquellos que se aprovechan de recursos destinados a la Educación en beneficio propio o que los desvían para atender otras actividades.
Finalmente, es necesario creer que nosotros, brasileños, sabemos hacer Educación de calidad y que no precisamos importar modelos del exterior. Mientras eso no sucede, con la palabra, los Economistas.
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